Se levantó a las seis. Cruzó el puente de Queens caminando y allí cogió un taxi (un carro, dice él) que lo llevó hasta el Gourmet New York, en la Octava con la 43, donde trabaja. Es uno de los pocos lugares abiertos para tomar un café por la mañana. En Midtown, donde nadie duerme, parece domingo por segundo día consecutivo. Hoy es martes. Los Starbucks siguen cerrados, pero la gente, ensimismada en sus teléfonos, se arremolina en sus puertas en busca del wifi, que sí estaba abierto. Unas 40 personas se agrupan frente a una tienda de zapatos Aldo. Como si hubiera rebajas. Un cartel informa de que estarán abiertos de 11.30 a 12. Media hora. En la 29, una pantalla gigante, a la espalda de un edificio, emite en directo información sobre Sandy. Muertos, inundaciones, los mayores daños en New Jersey. No paran de pasar coches de bomberos y policías. La bulliciosa Broadway está callada. En el St James Building, en el 1133, apenas nadie sube en los ascensores. Los semáforos dejan de funcionar después del Flatiron Building. Es la primera señal que anuncia el paso a zona sin luz.

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«Sandy, you aren’t welcome», reza un panel que tapia una tienda de sandwiches en la Greenwich Avenue. Un trabajador quita la protección. Dice que no entró agua y que abrirá esta noche. En la estación de metro de la 4st y Washington Square esperan unos 30 operarios. Cuentan que no hay luz y que se van a trasladar a otras bocas de Brooklyn. «No sabemos cuándo abrirá de nuevo porque hay bastante agua dentro», explica uno de ellos. En el Starbucks que hay de esquina en Houston con Broadway ya no hay wifi. Las calles del Soho están desiertas. El lujo también cierra. Las galerías, las boutiques de vestidos caros… Aaron, sin embargo, no puede permitirse el lujo de hacerlo. Su tienda, atiborrada de ropa al estilo bazar chino, está a oscuras. Dice que anoche permaneció abierta hasta las ocho e invita a comprar a los pocos que pasan. Por supuesto, sólo cash. Ahí no llegó el agua. En el escaparate de la tienda Sportmax, unos maniquíes de chicas llevan cubiertos los pies con plásticos. Muy cerca, un par de señores toman unos mojitos.

20121031-005542.jpg «Open coffe! Open coffe!», grita el camarero de un deli, junto a la Linspenard Street. Ingenio contra la falta de luz, ideas para no perder ni un día de trabajo. Se ha inventado una cocina de carbón en la calle. Sobre un carrito metálico de repartir periódicos The New York Times ha colocado una maleta. Dentro, el carbón. Y encima, unas grandes latas negras donde hierve el café. Como en las matanzas de los pueblos. Cuando se pone el agua a hervir para limpiar las tripas. En Nueva Orleans, tras el Katrina, nos dijo un señor a un grupo de amigos: «No sabíamos que éramos pobres». Hoy he visto más mendigos que nunca. O quizás me haya fijado más. En las bocas del metro y esperando el autobús, que nunca llega para ellos.

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Decenas de operarios sacan agua de la zona del World Trade Center. El memorial de las víctimas también está cerrado. Wally es todo grande, lleva un uniforme naranja, unas enormes gafas de plástico y niega con la cabeza: «Esto no ha sido nada, nada que ver con el 11-S». Es de Jamaica, lleva 30 años en Nueva York y trabaja como vigilante de seguridad donde antes se levantaban las Torres Gemelas. Las botas se calan. Hay agua por todos lados. Los edificios están custodiados por sacos de arena, muchos mojados. Algunos parecen trincheras. Hay cristaleras rotas, toldos desenganchados, árboles arrancados de raíz. «Ya ha acabado. Estamos limpiando», dice un operario mientras pasa sacos en cadena a otros operarios. Están contentos. Ríen. Las rejillas del metro todavía están precintadas. Aquí y en Battery Park, las grúas se llevan ya los bloques de hormigón que actuaban como barreras. Hay mucha gente trabajando en la calle para que vuelva a ser pronto lunes en Nueva York.

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Hoy, las aguas del Hudson están tranquilas. Al fondo emerge la Estatua de la Libertad, ajena a esta Sandy y a todas las Sandys del mundo. Un señor coloca la bandera de los EEUU en un balcón de Wall Street. Otro limpia los cristales de una de las puertas por dentro. No hay números en esta bolsa. Hoy no hay mercados. Alemania no perdona y, a pocos metros, el Deutsche Bank sí está abierto. Estoy en la otra punta de la ciudad y los taxis van llenos. Por fin para uno. Al minuto, vuelve a parar y suben un niño de 15 años y sus abuelos, alemanes. Alemania y España saliendo de Wall Street. En el coche voy pasando de la noche del Lower Manhattan al día de Midtown. «Good morning», leo en un letrero luminoso de Times Square. Ya hay un Starbucks abierto -inundado de ordenadores, Ipad y smartphones- y muchas tiendas que hace solo unas horas estaban cerradas.